“Tenemos la terrible costumbre de interpretar de manera romántica el genio creativo. El artista solitario que trabaja aislado es francamente un mito”.


Marcus du Sautoy

Taller de creación literaria

¡Salte del molde con nuestras clases semanales de escritura!


Existen muchas fórmulas que nos enseñan a escribir por escribir. Por moda. Por inercia. Solo por crear un producto, sin cuidar que el proceso de escritura sea tan divertido como lo es jugar para un niño.


Escribir es crear. Escribir un buen libro, una buena novela, un buen relato, transforma a quien lo escribe, pues le obliga a explorar sitios que, en principio, no existen dentro de sí mismo. El buen escritor rompe las reglas, incluso las suyas, y va más allá del mínimo común denominador en que se basa gran parte de la literatura actual. Se arriesga y pone el pie en lo desconocido, sin negociar ni comprometer nada, para crear una historia que, sin su pluma, jamás hubiese llegado a existir.


En nuestras clases de escritura y creación literaria podrás:

  • Mejorar tu técnica de escritura y desarrollar un estilo propio, único en su especie.
  • Alejarte de las fórmulas y aprender a escribir desde la creatividad, la libertad y la autenticidad.
  • Descubrir técnicas para generar ideas y crear argumentos fuera de serie.
  • Ser parte de una comunidad de personas que, mientras escriben historias, transforman la suya propia.

Nuestro método de trabajo se basa en la práctica. Se dice que para escribir bien hay que hacerlo todos los días, y es cierto. Escribir mucho, y leer mucho. Pero no es suficiente.


Practicar todos los días un método que no da buenos resultados, no nos hace expertos en generar buenos resultados. No podemos negar que la mala literatura existe. Existe infinidad de textos mediocres, en los que no se hizo otra cosa que copiar y pegar fórmulas que funcionaron en otro tiempo, si es que lo hicieron.


No buscamos eso. Buscamos una voz auténtica y un estilo honesto. Las técnicas adecuadas, junto con la práctica diaria y la lectura abundante, conforman la clave para crear una literatura original que tenga el potencial para dejar una huella valiosa en el mundo.


Tenemos clase, vía Zoom, todos los lunes a las 18:00 (hora de Madrid). Cada clase tiene una duración de dos horas.


Asistir a las clases no tiene ningún costo. Es suficiente con que te inscribas en el siguiente enlace, y con eso recibirás todas las semanas la invitación para participar.


Comenzaremos las clases de escritura una vez terminado el Desafío de lectura de mi novela 1816, que nos tomará varias semanas. De todas maneras, este evento cumplirá precisamente esa función. La manera en que profundizaremos en la novela, y en que exploraremos las claves de todo su proceso de escritura, será una excelente forma de iniciar tu crecimiento en el oficio de escribir.

Inscríbete al Desafío 1816 GRATUITO

¡Comenzaremos dentro de unas semanas! Pero puedes inscribirte hoy mismo, y recibirás algunas cosas interesantes durante los próximos días, para ir calentando motores antes de que iniciemos con la lectura.


Durante el Desafío nos veremos una vez por semana, vía Zoom. Exploraremos las claves creativas, históricas y espirituales de la novela, los símbolos y secretos que esconde, y las anécdotas detrás de su escritura.

Sobre el método que utilizo para enseñar a escribir

En 1994 abandoné la universidad para siempre. No es que hubiese estado allí mucho tiempo; en el transcurso de dos años había probado cinco carreras, más por presión familiar que por decisión propia. Estuve un cuatrimestre o semestre en cada una de ellas, y en todos los casos me marché sin terminar. Siempre llegaba a la misma conclusión: allí no iba a mejorar mi técnica de escritura.


Entonces tenía veintiún años. A los doce había tomado la decisión de dedicar mi vida a la escritura, cosa que de por sí había hecho desde que tengo memoria. A los veintiuno había cumplido, de sobra, mis diez mil horas de práctica. Aún así, los años de escuela y colegio me habían robado mucho tiempo valioso para escribir, y no quería que la universidad hiciera lo mismo.


Salí a la calle a buscar. Pasé por dos o tres talleres literarios, de esos en que llevas un texto escrito en casa, lo lees, y te critican o te aplauden. Aunque no sabía lo que buscaba, sí sabía que no era eso. Tenía que ser algo más parecido a la experiencia que, años atrás, había tenido con mi profesor de guitarra, o incluso en mi paso fugaz por un gimnasio: un sitio donde, en tiempo real, y con la guía adecuada, se pudiese practicar.


En junio de 1995 llegué al taller de técnicas narrativas de Ricardo Martin. Ese día, sin duda, cambió mi vida. Ricardo era un escritor argentino que vivía en Costa Rica, mi país; y su primera instrucción, cuando le llamé y me inscribí al taller, era ya algo distinto a todo lo que yo había escuchado hasta entonces.


—No tienes que traer nada. Solo un cuaderno en blanco.


Llegó el día. Ricardo, yo, y tres jóvenes más, todos sentados a la mesa de su casa un sábado por la mañana. Sin la menor idea de lo que, con el paso de los meses, íbamos a significar unos para los otros.


—Escriban la descripción de una sala con un piano —nos dijo.


Si ya has estado en alguno de mis cursos o talleres es posible que reconozcas esa indicación, junto con las que vienen después. Ese ejercicio, y los que hicimos durante los siguientes seis meses, sí eran lo que yo buscaba. Salí de esa sesión con sangre en las manos: sangre de palabras pues, desde aquella primera vez, habíamos destrozado el lenguaje sin ninguna piedad. Es lo que debe hacer un escritor. Para aprender a crear, hay que aprender a destruir.


Varias cosas de aquel taller me marcaron por el resto de mi vida. Una de ellas es la amistad entre escritores. Éramos cuatro gatos que, en cuanto salíamos, nos íbamos a vivir el arte y la vida —sin una frontera clara entre una y otra, por cierto—, junto con otros jóvenes, junto con otras artes. Y nació también, particularmente, una amistad muy profunda entre Ricardo y yo.


Otra de las cosas que me marcaron para siempre fue, por supuesto, la técnica que Ricardo Martin usaba para enseñar. Desde el primer día. Tanto que, por más años que han pasado, no he sido capaz de cambiar la temática del primer ejercicio. Siempre, esté donde esté y lo haga con quien lo haga, será una sala con un piano el sitio por el que entraremos en el caos sagrado de la escritura creativa.


Ricardo y yo conversábamos mucho. Muchísimo. Algunas veces nos vimos incluso durante la semana, incapaces de esperar al siguiente sábado; otras nos llamábamos por teléfono, y hablábamos por horas. Mantuvimos la amistad durante varios años. Perdimos contacto desde el 2004, cuando marché a vivir un tiempo en España. Ricardo Martin murió el 21 de febrero del 2009.

Ricardo me hablaba mucho de Ernesto Sabato. Eran amigos, y Ricardo me contaba historias de cómo Sabato, siendo su mentor, le había enseñado todas aquellas técnicas. Un buen día Ricardo me regaló un volumen con una transcripción de muchos de aquellos ejercicios, que un alumno suyo de otro taller había recopilado. Me dijo que quería que yo los tuviera, pues sabía que yo, algún día, podría también enseñar a escribir. Yo no lo sabía.


Ese es el método que utilizo en mis talleres de escritura. Yo no lo inventé, aunque exige ser inventado todos los días. Salvo la sala con el piano, que permanece intacta en mi psique, más que una colección de ejercicios el método creado por Ernesto Sabato es una actitud. En mi manera de verlo, es la misma actitud que tiene el científico loco en su laboratorio decimonónico. Son técnicas que invitan a ser exploradas, incluso sometidas a la mayor violencia creativa; llevadas a lo profundo de su propio caos para, desde allí, crear una nueva luz. Una nueva manera de mirar, y de decir.


Por supuesto, el método también tiene mi propia huella. Es una herencia que, al pasar de mano en mano, se destruye a sí misma y renace de sus cenizas. Estoy seguro de que Ricardo ya, de por sí, la había enriquecido con su honesta y urgente locura; yo sin duda le he agregado los vericuetos del laberinto de mi incansable búsqueda de algo que, si acaso existe, no se deja encontrar.


Tres meses después de conocer a Ricardo Martin, y venciendo mi timidez, le mostré algunos cuentos que yo había escrito antes de llegar a su taller. Pertenecían a una colección que había ganado la mención especial del jurado en un certamen nacional, aunque yo había decidido no publicarla, molesto con ciertas indicaciones por escrito que, a mi parecer, tenían más que ver con censura que con calidad literaria, y que habían sido —según alguien me dijo— la causa de no recibir el premio principal.


Al llegar el siguiente sábado, puntual como siempre (alguna vez, al abrirme la puerta, me dijo, “sos de una puntualidad británica”), me entregó una carta que había escrito para mí. Aún la conservo, y a continuación la muestro en su totalidad.


Gracias, Ricardo.

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